viernes, 28 de octubre de 2011

Subcampeonato Por Enrique Szewach

(Nota publicada en la edición del Diario PERFIL del 24/10/11)


…No es importante ni el fin del mundo, ¡arriba chicos, somos segundos!..”.
Así cantaban los protagonistas de “Cebollitas” la novela infantil que TELEFE puso en el aire hacia finales de la década del 90.

Ayer, cuando escuchaba los discursos alegres de los derrotados candidatos presidenciales opositores, recordé aquél himno absurdo que entonaban aquéllos integrantes de ese equipo de fútbol de ficción para entregar la “moraleja” de que ganar no lo es todo.

Y si bien es cierto que hay que mantener el entusiasmo de las bases y que, como decía Churchill, “El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”, no es menos cierto que alguna autocrítica no hubiera venido mal.

Lo de ayer, para la Argentina de los próximos años es una verdadera tragedia.

No porque haya triunfado esta versión particular del peronismo, si no porque a partir de hoy, la República, la sustentabilidad del crecimiento económico, la situación de los que menos tienen, el futuro, en síntesis, ha quedado en las exclusivas manos de un muy pequeño grupo de personas, sin control del Congreso, sin control de los medios, sin control de la política, sin control de los jueces.

Un país a merced del uso que decidan hacer de un poder ilimitado unos pocos.

Muchas veces, la sociedad argentina prefirió eludir sus responsabilidades y delegar en algún pequeño grupo su destino. Pero cada vez que lo hizo, el resultado fue, a la larga, más o menos desastroso.

Pero el voto es una decisión individual, no una conspiración colectiva.
Es una decisión que cada uno de nosotros toma teniendo en cuenta la situación personal, y la consideración que hacemos respecto de quién está en mejores condiciones de gobernar, en un momento dado, bajo ciertas circunstancias.
Opinión que es cambiante y volátil.

Pero si el resultado fue el que fue, ha sido consecuencia de la gran habilidad del oficialismo para manejar fondos en función del corto plazo y maximizar el consumo, y agitar el fantasma del 2001/2002 y de su ingenio publicitario para explotar la viudez de la Presidenta asociada a la “juventud maravillosa”.

Y también ha sido consecuencia de la complicidad explícita de sus opositores que facilitaron las cosas al máximo.

Gran parte del arco opositor apoyó la expropiación de los fondos de pensión que le permitió al gobierno hacerse de fondos para dilapidar en el fútbol para todos, o en subsidiar tarifas públicas a los ricos y famosos.

Gran parte del arco opositor permitió, finalmente, el uso de las reservas del Banco Central, también para financiar gasto público.
Gran parte del arco opositor, sólo por no aparecer asociado al “multimedios monopólico”, o vengarse del supuesto poder de los medios de comunicación, votó una Ley de Medios que está creando multimedios oficialistas del pensamiento único y no instrumentos más democráticos.

Gran parte del arco opositor, para limitar el crecimiento de los “ricos advenedizos” que se metieron en política, votaron una reforma política que terminó dejándolos en inferioridad de condiciones, para encarar una campaña, internas abiertas y una elección, frente al bombardeo de la propaganda oficial sin límites, disfrazada de “publicidad de actos de gobierno”.

Gran parte del arco opositor tampoco ejerció, como correspondía, su trabajo en el Consejo de la Magistratura, ni en la Auditoría General de la Nación, ni en exigirle a la Corte Suprema el control judicial de los actos de gobierno.

Es probable que muchas de estas cuestiones hubieran seguido su curso de todas maneras, pero la facilidad con que el oficialismo avanzó en todos los temas que quiso, ha sido sorprendente.

Ninguna autocrítica se escuchó sobre esto ayer.

Tampoco se escuchó la autocrítica central, la pasmosa incapacidad de gran parte del arco opositor de proponerle a la sociedad alternativas de políticas superadoras del cortoplacismo fiestero de estos años.

También aquí es probable que no hubieran tenido éxito, pero ni siquiera lo intentaron, quizás porque, por lo antes descripto, muchos comparten el “modelo de la fiesta”, y sólo anhelan no haber sido los anfitriones.

Empieza ahora una etapa compleja.

La economía argentina tiene que reordenarse, y no por la crisis internacional que no ayuda, es verdad, si no por la magnitud de la fiesta populista en la que estamos.

No fue la crisis internacional la que obligó a congelar las tarifas públicas por una década. Ni fue la crisis internacional, la que hizo que, al menos en las provincias, la tasa de inflación cuadruplique la tasa de devaluación (aunque ayuda parcialmente, el fenómeno de la devaluación del dólar y los precios de los commodities).
Tampoco fue el escenario internacional el que destruyó el INDEC, o el mercado ganadero, o el de la energía. Ni el que llevó la presión tributaria al récord.

El gobierno de unos pocos tendrá que reordenar esta economía.

Es posible, sin graves traumas, si lo hace rápido y bien, y en la medida que se decida a cambiar y no a “profundizar” (Un problema de gordura no se soluciona comiendo más).

Y muchos opositores, tendrán que empezar a construir, desde la nada a la que llegaron (salvo el Pro, cuyo desafío es diferente), alternativas ciertas y creíbles de poder para los próximos años.

Es probable, también, que el propio desgaste oficial del reordenamiento que se viene, los ayude.
Pero, cuidado, que con eso no sólo no alcanza.

Se necesita mucho más.

Sugiero, humildemente, que dejen de festejar su fracaso, y empiecen a trabajar para el éxito.

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